Ya sea hablando de manera objetiva o subjetiva, sabemos que la información sobre cómo llevar una alimentación saludable está expuesta en todo lugar y momento. Podríamos, incluso, hablar de un colapso teórico. Lo anterior haría suponer que hay efectos en la práctica que se corresponden de forma positiva, pero … ¿ha sido así realmente? Una cifra que habla, a nivel nacional, es la de obesidad. Su cese o al menos su disminución, no ha tenido cambios significativos con el paso de los años. De ahí entonces que tal como dice el refrán ‘‘quién mucho abarca, poco aprieta’’.
El problema principal, desde nuestra percepción, es la carencia de una perspectiva crítica, integral y holística. Una alimentación saludable no debe ser considerada como un elemento aislado, contrariamente, es parte de un sistema complejo que abarca factores psicológicos, emocionales, culturales, sociales y, sobre todo, educativos y políticos. Unificar todos, o algunos de los elementos anteriores entre sí, recién nos permitirá dirigirnos hacia el ideal. Indudablemente se requieren cambios estructurales, pues son aquellos los que nos llevarán a modificaciones reales del comportamiento. La situación más cercana, es la positiva valoración que ha tenido la promulgación de la Ley de Etiquetado. Ahora, ¿cómo podríamos avanzar?
En un párrafo anterior, ya hicimos mención del principal término de nuestra propuesta: la educación formal. Es en esta última donde se deben cohesionar dos conceptos, hasta ahora, tratados de manera independiente: la nutrición y la asignatura de educación física. Partimos desde la idea que en la niñez y adolescencia está la base de toda acción para hacer cambios significativos y perdurables en el tiempo (estos períodos no son exclusivos, sin embargo). La discusión de un cambio curricular, a nivel nacional, es fundamental.
Hoy en día, la asignatura de Educación Física en la enseñanza básica y media no tiene incluida, en sí misma, unidades específicas que traten sobre ‘‘cómo saber alimentarse’’. Una verdadera paradoja considerando la directa interrelación. Además, aún cuando la inserción de puntos o quioscos saludables ha sido una medida disruptiva, en la salida de los colegios o liceos la comida altamente procesada sigue estando a fácil alcance y la tendencia propia e innata es ir en su búsqueda. Lo trascendental está entonces en un cambio cognitivo, siendo el estudio en la sala de clases quién puede otorgarlo.
Asimismo, otro abordaje necesario es a nivel del mismo ramo de Educación Física. Los ejercicios que se proponen durante su realización tienen la característica de ser homogéneos para un mismo curso, no considerándose en ello la amplia gama de habilidades y capacidades personales. Todos los estudiantes son distintos y es esa diversidad la que debe empezar a tratarse.
Los ejercicios, tal como en el caso de la alimentación, deben individualizarse o por lo menos ampliarse, por ejemplo, teniendo una serie de actividades físicas que lleguen a un mismo fin. Así, si el objetivo es el fortalecimiento de brazos, que no haya un único ejercicio a realizar para tal propósito, sino que los alumnos tengan opciones. De esta forma, cada uno se adecua, integra y es protagonista a su manera y ritmo. Si un estudiante no es capaz de realizar ‘‘la rueda’’, ‘‘posición invertida’’ o ‘‘correr durante 25 minutos’’, que las malas calificaciones de hoy, se conviertan en oportunidades al tener ejercicios de reemplazo. Esto es una forma de evitar la frustración, rechazo y alejamiento, generando así una invitación a las personas a involucrarse en el maravilloso y dinámico mundo de la vida activa, saludable y sustentable.
Por Eva Calderón y Rayen Tranamil
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